EL SIMULACRO DEL YO

Los ritos a través de la religión han sido la manera más cómodade sentirnos cobijados y acogidos. Son quizás, amortiguadores naturales ante la realidad de nuestra soledad.  En ese principio, la dominación cultural a través de las épocas ha partido de esa premisa para controlar, y al mismo tiempo, construir un teatro que no ha sido desmontado, que se repite constantemente y simula nuestros retratos apaciguados o bélicos, nuestras actitudes sociales y nuestras debilidades más profundas. Nos retratamos a nosotros mismos en ese espejo que no es más que la angustia de nuestro propio desconocimiento ante la vorágine de los tiempos y la conjetura de las necesidades espirituales ritualizadas. Los procesos de dominación se han encargado entonces, aprovechando esa debilidad, de moldearnos, haciendo que nuestras autorreferencias se anulen por completo, dejándonos estáticos, zombis e impotentes, pero haciéndonos creer que somos libres. 

En el proscenio.

Es difícil abordar la fotografía de Mario Santizo quizás porque no es predecible, y además porque muestra una transgresión múltiple a partir de los estereotipos culturales y religiosos, transfigurados en un proceso plenamente autorreferencial. Parodia sobre el juego teatral de la vida, absurdo y cáustico, irrisorio y cruel, borrando los territorios delimitados por las costumbres  y las nociones fáciles de la conformación social, y todo aquello que incluya alienarnos para sacralizar lo invisible, condenar nuestro cuerpo, y vender nuestra voluntad.

 Yukio Mishima[1] tomó el escenario cruel de la vida valiéndose del refinamiento intelectual de su cultura sobreponiéndola a lo occidental. De su compleja personalidad y su oscuro narcisismo voy a tomar un fragmento para acercarme a la fotografía de Mario Santizo. La personalidad de este escritor y dramaturgo pocas veces discutida en occidente  que está más ligada al espectáculo de su autoinmolación que a la profundidad despiadada y exquisita de su pensamiento. Pero hay que entender su vida para entender el proceso  -cuidadosamente planificado-  de su muerte. Me parece interesante tomar esta referencia para hilarla con la fotografía de Mario Santizo, que superficialmente se le podría relacionar (no se puede escapar a ello) con la fotografía performativa y una dramaturgia de la imagen. 

Encontré en Mishima algunas características sutiles pero fuertes que podrían vincularse con la fotografía de M. Santizo: La corporeidad exaltada de un cuerpo político y el anatema legal occidental que la sociedad impone a la sexualidad y ciertas costumbres, asimismo, el misterio de la muerte, ritualizado en el refinamiento corporal entregado a su abismo y erotizado en la imagen fotográfica[2]. M. Santizo parte de esas arbitrariedades y angustias, pero le da un sentido lúdico a las mismas, revierte las apariencias y les confiere un valor cualitativo: el disfraz, la máscara y el juego de lo real. Es un ritual teatral codificado donde se incluye a sí mismo como actor, ironizando los complejos fenómenos de la personalidad, los deseos y travestismos sociales inmersos en las políticas de la sexualidad, la religión y los roles que estructuran sus jerarquías.

 M. Santizo hace  parodia de esos roles utilizando el concepto de “Puesta en Escena” y el lenguaje teatral. Las ambigüedades del disfraz y de la máscara son alteradas, la burla al concepto de belleza y las particularidades de las fórmulas aceptadas. Se detiene en estos puntos y juega con las posibilidades teatrales del mundo.  Lo confrontativo y provocador existen como parámetros agudos para destacar la fragilidad y el hastío como Mishima lo experimentó. Quizás no exista relación directa entre Mishima y Santizo, pero conceptualmente formulan las mismas alteraciones del sentido humano hacia el cuerpo, la exhibición de sus atavismos y la necesidad implícita de dejarse ver pero a la vez, de esconderse en ese disfraz transgresor o abordar la contundencia de la muerte para exponer las fragilidades del cuerpo ante los fenómenosimplacables de la vida. M. Santizo usa la estrategia de la parodia para librarse y exorcizar las mismas angustias que quizás atormentaron a Mishima. En la mayoría de sus fotografías veo mucho de intimidad, una mirada caleidoscópica de su propio yo, un diálogo de sí mismo para sí mismo. En otros casos, exalta el diálogo de los otros en su propio yo y toma sus roles para ridiculizarlos en el travestismo de sus apariencias: el payaso, el travesti, el cura, el pastor evangélico, el ladrón o el policía.

La identidad múltiple y la virtualización del “yo”

El cuerpo es un lugar de posibilidades extremas; a los estragos y transformaciones físicas le sigue su angustiante condición efímera. El ciclo de nacimiento-vida-muerte es solo amortiguado por el rito y la religión como he apuntado arriba. “La importancia de darse por vencido” 2010, es una fotografía que critica con humor la intrascendencia y el vacío humano ante la intransigencia de la sociedad y la religión, y que apunta ante la vulnerabilidad física, las promesas y las ofertas de la delectación espiritual. Es un tríptico que representa una escena transformada de la creación en donde dos personajes inquietantes, uno vestido de cura y otro de pastor evangélico, que con poses y ademanes condenan y tratan de convencer a dos seres del mismo sexo (revirtiendo por completo lo establecido, y acá radica la ocurrencia y contundencia de la fotografía de Santizo) fueron creados por un Dios homosexual o por un Dios andrógino[3]. En su historia personal de la creación,  Santizo cuestiona y desvanece por completo el concepto de “Dios Hombre” judeocristiano, las dualidades del principio masculino-femenino y las justificaciones dogmáticas para abordarlas, además de las normas y prohibiciones para separarlos social y culturalmente. Pero, ¿qué sucedería si hubiéramos sido como los caracoles que se gestan a sí mismos? Quizás los mitos y los dogmas serían muy diferentes.

M. Santizo reclama y cuestiona esa regla general reemplazando a un Dios Hombre creador, por unotravestido y andrógino. Más allá de esa imagen provocadora, existencódigos yuxtapuestos. Es interesante ver cómo se reinventa por medio del molde de su rostro, atendiendo a una necesidad específica de narcisismo y proyectándolo a través de la multiplicación de factores en el travestismo arquetípico o el cliché. El impecable traje del pastor evangélico lo relacioné con traje del humanoide “Loughton” que Matthew Barney interpreta en “Cremaster” 4[4]. Estas representaciones evidencian los códigos morales que Santizo satiriza a través de su propio rostro, un diálogo ante el espejo, ante el yo: el sexual, el religioso,  el ambiguo,  o el real. Por otra parte, los personajes de felpa rosa representados en ese remedo del génesis, recrean de manera antagónica el arquetipo de belleza occidental aceptado, pero totalmente ridiculizado y falso. Pienso en las transformaciones físicas a las que se someten miles de personas para parecer más “bellas” o detener el proceso degenerativo y real de la vejez, los productos para agrandar el pene o los esteroides para agregar masa muscular al cuerpo, y todas las mentiras que niegan nuestra condición, ante una sociedad leprosa cada vez más sumida en la soledad y la insatisfacción, porque todas las ideas y tendencias sociales han fracasado, y mientras esto pase seremos siempre víctimas de nuestros retorcidos argumentos históricos religiosos y culturales.

Hacia sí mismo.

Desde el principio, Mario Santizo mostró una predilección asumida por retratarse a sí mismo, y no es simple, sobre todo porque a la repetición de las imágenes propias que denotan identidades ajenas, pero que a la larga les son también propias, le sigue un ejercicio Tanatológico sexualmente preconcebido, que a través del humor repara en una desasosiego asumido y una verdad determinante: la del destino del cuerpo después de todo lo que el mundo nosha dado o negado y el deseo como motor. El deseo-placer trazan el proceso real de la existencia, el deseo iguala a la vida y el placer a la muerte, es por ello que muchas veces deseamos morir, porque lo que se nos ha negado es la vida misma; quien no ha dicho alguna vez: “esto no es vida” ó “estoy muerto en vida”. Esta dialéctica se resume perfectamente en la fotografía de M. Santizo: performatividad identitaria sobre la vida y la muerte, las influencias del teatro y la literatura como vehículos y ejercicios conceptuales que oxigenan y se resuelven en un proceso creativo de “poner en escena” las arbitrariedades de la existencia y canalizarlas a través del juego, el humor y el absurdo.  La foto “Familiar” es un ejemplo de lo apuntado arriba. Es un tríptico que aborda el tema del nacimiento, un personaje masculino con traje de pie en una tina de baño, realiza el proceso del nacimiento, un alumbramiento ambiguo, doloroso. Acá el humor desaparece. El niño que sale de la bragueta del pantalón es a la vez una erección voluntaria como el acto de parir el orgullo de narciso, o como Hans Bellmer lo dibuja en “Águila señorita” una niña hermosa mirándose el pene que nace de su vagina. Así Santizo se desentraña,  nace de sí mismo. La máscara de sí mismo, en sí mismo y para sí mismo. Mishima por ejemplo, mandó a fabricar varios uniformes para su ejército personal ese que lo ayudaría a promulgar y defender su propia muerte. En ese ejército se reflejaba Mishima, quería que fueran como él, y él como el ejército. M. Santizo retoma en su fotografía ese ciclo confuso que la personalidad refleja en las cosas, en los fetiches o en las personas.

Desde las primeras fotografías de Mario Santizo noté un arraigado sentido de dolor, un dolor amortiguado por el juego y el humor. Sería tan fácil hablar de su obra solo como “puestas en escena” retomadas de la pintura  del Renacimiento o el barroco, pero no solo se quedan en ese lapso, van más allá. Desde El “Payaso Cirineo” o la “Ciudad vencida”, la “Extracción de la piedra de la locura” hasta “Familiar”, escudriñan el sentido profundo de una psiquis aguda. Actualmente veo su fotografía más pura y personal, libre la paráfrasis de la imagen conocida para desplegar algo tan íntimo como arcano. Es por ello que en este ensayo quise retomar sus últimas fotos, esas que me han mostrado de frente que la muerte es una condición íntima y personal como el nacer. M. Santizo satiriza la condición humana y sus estragos dentro de las estructuras sociales y las ortodoxias más recalcitrantes. Una poética del narcisismo y el autorretrato, nacidos de las sombras de lainconsistencia.

 

[1] Yukio Mishima, (1925-1970) Escritor y dramaturgo japonés que  como acto redentor que había planificado, protesta en contra la occidentalización del Japón, y ayudado por seguidores suyos, había secuestrado al general en jefe de las de autodefensa japonesas, y, tras algunos preliminares, había realizado “Seppuku” el trágico ceremonial de autoinmolación.

[2] Mishima se recrea de manera casi performativa como el “san Sebastián” de Guido Reni. Es la más difundida de sus fotografías y expresa simbólicamente su muerte. Veinte días antes de su autoinmolación realizó una exposición póstuma en vida: “exposición Mishima”, muestra antológica de su vida y obra. En una muestra de narcisismo que caracterizaba su compleja personalidad, de hecho trabajó su cuerpo en un intento por redimirse a través de la belleza física. Ironiza y al mismo tiempo le complace el estereotipo occidental. Léase: Juan Antonio Vallejo-Nájera; “Mishima o el placer de morir”. Editorial Planeta, Barcelona, p. 147.

[3] Las religiones tanto judía como cristiana que están ligadas en principio, han reajustado sus dogmas a partir de estructuras míticas poco ortodoxas, valiéndose de deidades muy antiguas y travistiéndolas. El origen de los sexos sigue siendo un problema obsesivo al que no escapa la naturaleza de dios que es nombrado en masculino. Pero la teología se ha lavado las manos aduciendo que el concepto Dios está más allá de toda determinación. De esta manera la religión ha usado la filosofía para explicar algo que solo existe para justificar nuestra orfandad. La misma dominación patriarcal nos ha dado muchos padres durante toda la historia. Jean Libis “El mito del Andrógino” Ediciones Siruela, Madrid, 2001.

[4] El conjunto de filmes del artista estadunidense, están integrados por una mezcla de autobiografía, historia y mitología. Los mismos no tienen un argumento definido, pero si una compleja estructura muy bien trazada en un mundo único basado en ideas preconcebidas sobre la masonería y ciertos ritos. Muestra al hombre enfrentado a su sexualidad. El Cremaster es un músculo del aparato genital masculino que mantiene suspendidos los testículos y permite su movimiento retráctil ante estimulaciones externas como cambios bruscos de temperatura, la excitación o el miedo, que Barney utilizó como tema central para expresar de manera personal los mitos religiosos y sexuales. La parafernalia mediática, escenarios barrocos y yuxtaposiciones semánticas, reúnen lo que Wagner define como obra de arte total.

Plinio Villagran


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